Preferencias del sistema

¿Qué curioso, pensó, es posible que tenga el alma helada?
Tenía los pies helados y no se daba cuenta; seguía tecleando indiferente a los gritos del cuerpo. De vez en cuando echaba un vistazo a los e-mails que entraban. El amor siempre llega a la impensada, se llamaba sonriendo. Tenía muchos amigos que le amaban: Atrápalo, Vaugham, Ryanair, Decathlon, Coches de alquiler y Jazztel eran los más fieles. Nunca se olvidaban de ella, nunca dejaban de enviarle mensajes.
De repente fue consciente de que los pies le molestaban en serio y se preguntó por qué no se había apercibido, si estaban como el hielo. ¿Qué curioso, pensó, es posible que tenga el alma helada? Pero como había decidido hacerse escritora y lo había esbombado por todas partes, concluyó que debía esforzarse e hizo caso omiso del frío —¡si estoy pendiente de los males nunca conseguiré nada!—, y continuó escribiendo, aunque a causa de la dolorosa desazón, no sabía muy bien qué se empezaba.
Los días se escolaron displicentes mientras ella, ligada a su ordenador, se volvía más rígida y más pálida: hablaba virtualmente, reía virtualmente, amaba virtualmente, odiaba virtualmente y empeoraba virtualmente a ojos vientes. Cuando estaba a punto de morirse virtualmente, se dio cuenta de que había llevado demasiado lejos su celo y, en un momento de rabia y añoranza por la vida perdida, estrelló el Mac contra el suelo mientras soltaba un bramido desgarrador. Cada pedazo de la máquina liberó una pasión que corrió a consolarla y hacerla más humana.
Y se recuperó. Y volvieron los amigos y los parientes y, con ellos, los arrullos y las risas.
Un día resplandeciente de primavera en el que llena de júbilo paseaba su estrenada libertad, vio al otro lado de la calle un letrero luminoso que la chupaba. Atravesó, sin mirar a ambos lados, hasta llegar a un escaparate rutilante. Levantó la cabeza y tuvo un escalofrío: encima estaba, amenazante, la imagen enorme de una manzana mordida.
Este texto se publicó en NÚVOL, el digital de la cultura.