MADRID ERA UNA FIESTA

MADRID ERA UNA FIESTA

El bautizo de mi sobrino Martín. Izq. a derecho: Pique, yo con el bautizado y Mari Luz. Siempre riendo. Somos unas sinvergüenzas. Tenemos 14 años.

Cuando tenía diez años y había terminado el curso de ingreso para empezar el bachillerato, la familia se trasladó a Madrid.

No lo contó, pero con el cambio de posición social llegó también la decisión de dejar Barcelona. Prohombres a los que mi padre había ayudado, ahora le daban la espalda. Así es como parte de la familia fue a vivir la masía y Juan, mi padre, a los cincuenta años se estableció en Madrid para construir la vida de nuevo, como si tuviera veinte años. Había sido amigos de abogados afines a la Democracia Cristiana; ellos le ayudarían a recuperarse. En Reus me había estado desde los cuatro hasta los diez años, como creo que he dicho antes.

Antes de ir a Madrid, pasé los casi cuatro meses de verano en Alemania para consolidar al alemán que había aprendido con las Fräulein. Y me aprovechó: llegué hablando a la perfección: Hochdeutsch (alemán reglamentario), y de paso el dialecto de la Selva Negra. Alemania se unificó en el siglo XIX y por eso tiene cantidad de lenguas que llaman dialectales. Algunos lo serán. Otros son auténticos idiomas. Pero matémoslo. ¡La cuestión de la lengua levanta botellas!

En Madrid no podía acostumbrarme a tanto asfalto. Vivía encerrada en un piso y el patio de la escuela era como una cajita de cerillas. Corría hacia donde corría, siempre había una pared para detenerme. La pérdida de los árboles me dolía en el corazón, pero no tenía una palabra para identificar el dolor y transformarlo en pensamiento. Esto le pasa a mucha gente: no encuentran la palabra adecuada y la tristeza o la rabia quedan atrapadas en su interior. Me pregunto si ese fenómeno es el núcleo primigenio de la violencia. Y también pienso que los machos, bichos de pocas palabras, pueden llegar a ser tan violentos por este motivo.

Salvo la sentida pérdida de árboles y campos, Madrid tenía una gracia especial. En Alemania había tenido la regla por primera vez y me había engordado diez kilos. En un verano, la niña que había sido sufrió una transformación tal que sólo le identifico en la de Gregor Samsa. Cómo Gregor Samsa estaba atrapada dentro de un cuerpo que no reconocía. Y, también como Gregor Samsa, no me cuestionaba el por qué se había convertido en (según yo) ser deformado.

Los monstruitos como yo misma no nos sentamos en las primeras hileras de la clase. Preferíamos la banda trasera, buscando cualquier motivo para reír. Veo que, hoy en día, los jóvenes recurren al alcohol para liberarse, supongo, de los mismos fantasmas que nosotros. No sé cuándo entró esa costumbre, pero creo que en una dictadura, con la iglesia omnipresente, no nos hacía falta el alcohol. Fumábamos en el lavabo para protestar contra los deberes, contra los casticos, contra Franco, contra la cordura, contra los kilos de más, contra España-Una-Grande-y-Libre. Y si nos hubieran dado una botella de alcohol creo que nos la habríamos metido en la nuca, como decía Santiago Rossinyol. ¡La adolescencia es exactamente una enfermedad! Continuaré contando la mía en otro párrafo. Ahora publico este pedazo porque podéis leerlo y voy a celebrarme el sexto aniversario de mi nieta. La neta número cinco. La penúltima, porque tengo seis.

Viví en Madrid desde 1957 hasta 1962. Antes, durante toda la vida consciente, había vivido en la masía y jugaba con mis hermanos y los hijos de los masoveros. Iba al colegio, claro, y allí podía jugar con sus compañeras, pero las monjas eran unas fachas de upa y no daban las clases precisamente agradables. Que si mas de María, que si visita a la Virgen de Lurdes (con estatua y gruta, en el jardín). Eso, sí, la capilla ramplona pintada de azul y salpicada de estrellas me gustaba con deleite. Ahora Bruna, limpia número cinco, tiene unicornios de colores, princesas y otras ramplones. Nosotros teníamos pocos juguetes. Y soñábamos mundos irreales en lugares como la capilla. Yo era de las queridas y aviciadas de esas monjas horribles. Y es que yo no puedo ver las teorías ni religiosas, ni ateas, ni nada. Todo lo vaya de un solo palo, me molesta.

La escuela Gymnasium Español, de pedante, sólo tenía su nombre. De lo contrario no tenía ideología, salvo, como es natural, que allí todo el mundo era de izquierdas; porque se necesitaba ser de izquierdas para llevar a los niños a una escuela mixta tras la comida de tarro de cuarenta años de franquismo. Pero era una izquierda sin pretensiones. No había ideología comunista ni otra molestia similar. Los profes eran gente normal y los chavales, salvo algunos, también. Con ciertas inquietudes culturales, pero no tantas que causaran molestia. De eso me di cuenta más tarde, en Barcelona, ​​cuando topé con todo lo contrario. Niños y niñas no nos mezclábamos en la clase ni tampoco en el patio (que dicho sea de paso el de los chicos era mayor), pero los vemos por la ventana, mientras jugábamos a fútbol, ​​ya la salida de clase. Y hecha un sinvergüenza, y con alegrías y penas de amor pasé la adolescencia.

Entre los chicos del cole tenía muchos enamorados. Enamorados que me lo han dicho muchos años después (yo estupefacta) o enamorados de esperarme a la salida de la clase y pelearse por acompañarme a casa. Creo que esto era así porque desprendía infinidad de feromonas, dado que había sufrido abusos de pequeña, o esto pienso ahora. Cabe decir que en mi casa cada día íbamos unos cuantos. Una amiga muy guapa, amistad que todavía conservo en estos momentos, más sus enamorados. Otra amiga muy loca con la que me echaba de risa. Y yo y mis fans. Tenía dos oficiales. Uno se llamaba Luis Carlos, bajito pero inteligente y muy guapo de cara. El otro se llamaba Germán, más alto, con la cabeza llena de canas. Me gustaba más este último, pero hablaba más el otro. Luis Carlos llegó a ser un geólogo importantísimo. Y cuando estábamos a punto de encontrarnos con otros compañeros de escuela, hará unos seis o siete años, tuvo la poca traza de morirse de un infarto. ¡Me hubiera gustado tanto volverlo a ver!

Cuando a los quince años llegué a Barcelona, ​​topé con, cómese fuerte, el Segundo Pederasta. Explicaré quién era y cómo ejercía porque la primera vez, sin yo esperarlo, me besó en la boca. Yo me puse a gritar (metro, Aragón Via Laietana) y escupí en el suelo. ¡Qué asco! Pero también hay abusos sin toquiteos. Y son los que sufrí yo hasta que un buen día, le conté a papá.

Ésta es Santa Maria Goretti, adorada de las monjas de la teja, canonizada en 1950 por el papa Pío XII, culo y mierda de Franco y de Hitler y Mussolini! Nótese que esta imagen de Santa María Goretti a la que tanto admirábamos coexistía con el póster del Che Guevara. La primera ocupaba nuestros libros. La segunda colgaba de las paredes de casa.

MADRID ERA UNA FESTA

El bateig del meu nebot Martín. Esq. a dret: Piqui, jo amb el batejat i Mari Luz. Sempre rient.Som unes poca-soltes. Tenim 14 anys.

Quan tenia deu anys i havia acabat el curs d’ingrès per començar el batxillerat, la família es traslladà a Madrid.

No ho havia explicat, però amb el canvi de posició social va arribar també la decisió de deixar Barcelona. Prohoms a qui mon pare havia ajudat, ara li donaven l’esquena. Així és com part de la família va anar a viure el mas i en Joan, mon pare, als cinquanta anys s’establí a Madrid per construir la vida de bell nou, com si tingués vint anys. Havia estat amics d’advocats afins a la Democràcia Cristiana; ells l’ajudarien a recuperar-se. A Reus m’hi havia estat des dels cuatre fins als deu anys, com crec que he dit abans.

Abans d’anar a Madrid, vaig passar els gairebé quatre mesos d’estiu a Alemanya per consolidar l’alemany que havia après amb les Fräulein. I em va aprofitar: vaig arribar parlant a la perfecció: Hochdeutsch (alemany reglamentari), i de passada el dialecte de la Selva Negra. Alemanya es va unificar el segle XIX i per això té quantitat de llengües que anomenen dialectals. Alguns ho deuen ser. D’altres són autèntics idiomes. Però matem-ho. La qüestió de la llengua aixeca ampolles!

A Madrid no em podia acostumar a tant d’asfalt. Vivia tancada en un pis i el pati de l’escola era com una capseta de mistos. Corrés cap a on corrés, sempre hi havia una paret per aturar-me. La pèrdua dels arbres em feia mal al cor, però no tenia una paraula per identificar el dolor i transformar-lo en pensament. Això li passa a molta gent: no troben el mot adequat i la tristesa o la ràbia queden atrapades dintre seu. Em pregunto si aquest fenòmen és el nucli primigeni de la violència. I també penso que els mascles, bestioles de poques paraules, poden arribar a ser tan violents per aquest motiu.

Llevat de la sentida pèrdua dels arbres i dels camps, Madrid tenia una gràcia especial. A Alemanya havia tingut la regla per primera vegada i m’havia engreixat deu quilos. En un estiu, la nena que havia estat va patir una transformació tal que només l’identifico en la de Gregor Samsa. Com Gregor Samsa estava atrapada dins d’un cos que no reconeixia. I, també com Gregor Samsa, no em qüestionava el per què havia esdevingut un (segons jo) ésser deformat.

Els monstruets com jo mateixa no seiem a les primeres fileres de la classe. Preferíem la banda del darrere, buscant qualsevol motiu per riure. Veig que, avui en dia, els joves recorren al alcohol per alliberar-se, suposo, dels mateixos fantasmes que nosaltres. No sé quan va entrar aquest costum, però crec que en una dictadura, amb l’església omnipresent, no ens feia falta l’alcohol. Fumàvem al lavabo per protestar contra els deures, contra els castics, contra Franco, contra la senyu, contra els quilos de més, contra España-Una-Grande-y-Libre. I si ens haguessin donat una ampolla d’alcohol crec que ens l’hauríem fotut al clatell, com deia Santiago Rossinyol. L’adolescència és ben bé una malaltia! Continuaré explicant la meva en un altre paràgraf. Ara publico aquest tros perquè podeu llegir-lo i me’n vaig a celebrar el sisè aniversari de la meva neta. La neta número cinc. La penúltima, perquè en tinc sis.

Vaig viure a Madrid des del 1957 fins al 1962. Abans, durant tota la vida conscient, havia viscut al mas i jugava amb els meus germans i els fills dels masovers. Anava a col·legi, esclar, i allí podia jugar amb les companyes, però les monges eren unes fatxes d’upa i no feien les classes precisament agradables. Que si mes de Maria, que si visita a la Mare de Déu de Lurdes (amb estàtua i gruta, al jardí). Això, sí, la capella carrinclona pintada de blau i esquitxada d’estels m’agradava amb delit. Ara la Bruna, neta número cinc, té unicorns de colors, princeses i altres carrinclonades. Nosaltres teníem poques joguines. I somiàvem mons irreals a llocs com la capella. Jo era de les estimades i aviciades d’aquelles monges horribles. I és que jo no puc veure les teories ni religioses, ni atees, ni res. Tot el vagi d’un sol pal, em molesta.

L’escola Gymnasium Español, de pedant, només en tenia el nom. Altrament no tenia ideologia, llevat, com és natural, que allà tothom era d’esquerres; perquè es necessitava ser d’esquerres per portar la canalla a una escola mixta després de la menjada de tarro de quaranta anys de franquisme. Era una esquerra, però, sense pretensions. No hi havia ideologia comunista ni cap altra molèstia similar. Els profes eren gent normal i els nanos, llevat d’alguns, també. Amb certes inquietuds culturals, però no tantes que causesin molèstia. D’això me’n vaig adonar més tard, a Barcelona, quan vaig topar amb tot el contrari. Nens i nenes no ens barrejàvem a la classe ni tampoc al pati (que dit sigui de passada el dels nois era més gran), però els veiem per la finestra, mentre jugàvem a futbol, i a la sortida de classe. I feta una poca-solta, i amb alegries i penes d’amor vaig passar l’adolescència.

Entre els nois del cole tenia molts enamorats. Enamorats que m’ho han dit molts anys després (jo estupefacta) o enamorats d’esperar-me a la sortida del classe i barallar-se per acompanyar-me a casa. Crec que això era així perquè desprenia infinitat de feromones, atès que havia patit abusos de petita, o això penso ara. Val a dir que a casa meva cada dia hi anàvem uns quants. Una amiga molt guapa, amistat que encara conservo hores d’ara, més els seus enamorats. Una altra amiga molt boja amb qui em petava de riure. I jo i els meus fans. En tenia dos d’oficials. Un es deia Luís Carlos, baixet però intel·ligent i molt guapet de cara. L’altre es deia Germán, més alt, amb el cap ple de cabells blancs. M’agradava més aquest últim però parlava més l’altre. Luís Carlos va arribar a ser un geòleg importantíssim. I quan estàvem a punt de trobar-nos amb altres companys d’escola, deu fer uns sis o set anys, va tenir la poca traça de morir-se d’un infart. M’hauria agradat tant tornar-lo a veure!

Quan als quinze anys vaig arribar a Barcelona, vaig topar amb, agafeu-vos fort, el Segon Pederasta. Explicaré qui era i com exercia perquè la primera vegada, sense jo esperar-ho, em va fer un petó a la boca. Jo vaig posar-me a cridar (metro, Aragó Via Laietana) i vaig escopir a terra. Quin fàstic! Però també hi ha abusos sense toquitejos. I són els que vaig patir jo fins que un bon dia, li vaig explicar al papà.

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