MADRID ERA UNA FIESTA


Cuando tenía diez años y había terminado el curso de ingreso para empezar el bachillerato, la familia se trasladó a Madrid.
No lo contó, pero con el cambio de posición social llegó también la decisión de dejar Barcelona. Prohombres a los que mi padre había ayudado, ahora le daban la espalda. Así es como parte de la familia fue a vivir la masía y Juan, mi padre, a los cincuenta años se estableció en Madrid para construir la vida de nuevo, como si tuviera veinte años. Había sido amigos de abogados afines a la Democracia Cristiana; ellos le ayudarían a recuperarse. En Reus me había estado desde los cuatro hasta los diez años, como creo que he dicho antes.
Antes de ir a Madrid, pasé los casi cuatro meses de verano en Alemania para consolidar al alemán que había aprendido con las Fräulein. Y me aprovechó: llegué hablando a la perfección: Hochdeutsch (alemán reglamentario), y de paso el dialecto de la Selva Negra. Alemania se unificó en el siglo XIX y por eso tiene cantidad de lenguas que llaman dialectales. Algunos lo serán. Otros son auténticos idiomas. Pero matémoslo. ¡La cuestión de la lengua levanta botellas!
En Madrid no podía acostumbrarme a tanto asfalto. Vivía encerrada en un piso y el patio de la escuela era como una cajita de cerillas. Corría hacia donde corría, siempre había una pared para detenerme. La pérdida de los árboles me dolía en el corazón, pero no tenía una palabra para identificar el dolor y transformarlo en pensamiento. Esto le pasa a mucha gente: no encuentran la palabra adecuada y la tristeza o la rabia quedan atrapadas en su interior. Me pregunto si ese fenómeno es el núcleo primigenio de la violencia. Y también pienso que los machos, bichos de pocas palabras, pueden llegar a ser tan violentos por este motivo.
Salvo la sentida pérdida de árboles y campos, Madrid tenía una gracia especial. En Alemania había tenido la regla por primera vez y me había engordado diez kilos. En un verano, la niña que había sido sufrió una transformación tal que sólo le identifico en la de Gregor Samsa. Cómo Gregor Samsa estaba atrapada dentro de un cuerpo que no reconocía. Y, también como Gregor Samsa, no me cuestionaba el por qué se había convertido en (según yo) ser deformado.
Los monstruitos como yo misma no nos sentamos en las primeras hileras de la clase. Preferíamos la banda trasera, buscando cualquier motivo para reír. Veo que, hoy en día, los jóvenes recurren al alcohol para liberarse, supongo, de los mismos fantasmas que nosotros. No sé cuándo entró esa costumbre, pero creo que en una dictadura, con la iglesia omnipresente, no nos hacía falta el alcohol. Fumábamos en el lavabo para protestar contra los deberes, contra los casticos, contra Franco, contra la cordura, contra los kilos de más, contra España-Una-Grande-y-Libre. Y si nos hubieran dado una botella de alcohol creo que nos la habríamos metido en la nuca, como decía Santiago Rossinyol. ¡La adolescencia es exactamente una enfermedad! Continuaré contando la mía en otro párrafo. Ahora publico este pedazo porque podéis leerlo y voy a celebrarme el sexto aniversario de mi nieta. La neta número cinco. La penúltima, porque tengo seis.

Viví en Madrid desde 1957 hasta 1962. Antes, durante toda la vida consciente, había vivido en la masía y jugaba con mis hermanos y los hijos de los masoveros. Iba al colegio, claro, y allí podía jugar con sus compañeras, pero las monjas eran unas fachas de upa y no daban las clases precisamente agradables. Que si mas de María, que si visita a la Virgen de Lurdes (con estatua y gruta, en el jardín). Eso, sí, la capilla ramplona pintada de azul y salpicada de estrellas me gustaba con deleite. Ahora Bruna, limpia número cinco, tiene unicornios de colores, princesas y otras ramplones. Nosotros teníamos pocos juguetes. Y soñábamos mundos irreales en lugares como la capilla. Yo era de las queridas y aviciadas de esas monjas horribles. Y es que yo no puedo ver las teorías ni religiosas, ni ateas, ni nada. Todo lo vaya de un solo palo, me molesta.
La escuela Gymnasium Español, de pedante, sólo tenía su nombre. De lo contrario no tenía ideología, salvo, como es natural, que allí todo el mundo era de izquierdas; porque se necesitaba ser de izquierdas para llevar a los niños a una escuela mixta tras la comida de tarro de cuarenta años de franquismo. Pero era una izquierda sin pretensiones. No había ideología comunista ni otra molestia similar. Los profes eran gente normal y los chavales, salvo algunos, también. Con ciertas inquietudes culturales, pero no tantas que causaran molestia. De eso me di cuenta más tarde, en Barcelona, cuando topé con todo lo contrario. Niños y niñas no nos mezclábamos en la clase ni tampoco en el patio (que dicho sea de paso el de los chicos era mayor), pero los vemos por la ventana, mientras jugábamos a fútbol, ya la salida de clase. Y hecha un sinvergüenza, y con alegrías y penas de amor pasé la adolescencia.
Entre los chicos del cole tenía muchos enamorados. Enamorados que me lo han dicho muchos años después (yo estupefacta) o enamorados de esperarme a la salida de la clase y pelearse por acompañarme a casa. Creo que esto era así porque desprendía infinidad de feromonas, dado que había sufrido abusos de pequeña, o esto pienso ahora. Cabe decir que en mi casa cada día íbamos unos cuantos. Una amiga muy guapa, amistad que todavía conservo en estos momentos, más sus enamorados. Otra amiga muy loca con la que me echaba de risa. Y yo y mis fans. Tenía dos oficiales. Uno se llamaba Luis Carlos, bajito pero inteligente y muy guapo de cara. El otro se llamaba Germán, más alto, con la cabeza llena de canas. Me gustaba más este último, pero hablaba más el otro. Luis Carlos llegó a ser un geólogo importantísimo. Y cuando estábamos a punto de encontrarnos con otros compañeros de escuela, hará unos seis o siete años, tuvo la poca traza de morirse de un infarto. ¡Me hubiera gustado tanto volverlo a ver!
Cuando a los quince años llegué a Barcelona, topé con, cómese fuerte, el Segundo Pederasta. Explicaré quién era y cómo ejercía porque la primera vez, sin yo esperarlo, me besó en la boca. Yo me puse a gritar (metro, Aragón Via Laietana) y escupí en el suelo. ¡Qué asco! Pero también hay abusos sin toquiteos. Y son los que sufrí yo hasta que un buen día, le conté a papá.

Ésta es Santa Maria Goretti, adorada de las monjas de la teja, canonizada en 1950 por el papa Pío XII, culo y mierda de Franco y de Hitler y Mussolini! Nótese que esta imagen de Santa María Goretti a la que tanto admirábamos coexistía con el póster del Che Guevara. La primera ocupaba nuestros libros. La segunda colgaba de las paredes de casa.
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