De compras

Dos chicas enloquecidas tumban por el aeropuerto de El Prat entre un bien de Dios de tiendas colosal. Las destellan todas y se deciden por Guess. “Goita, Lena, ¡qué una más elegante!”. Y las dos amantes, que no tienen ni un real en el bolsillo, pero están dotadas de una barra impresionante, se hacen pasar por ricaches (van adornadas con brillantes recién hundido en la Tous).
En medio de la tienda, sin necesidades de cortinas ni de vallas, se prueban las 29 piezas que han llegado de temporada. Ahora se enquiben en un traje estrecho y dan un paso de tango. Después se entaforan una palabra de honor que pide a gritos una fiesta de la jet. Unos vaqueros, un jersey de cuello cisne sin mangas, una cazadora à la page, unas gafas modernas, un todo lo que me gusta. Y cogen las flores de los jarrones para apañarse un tocado.
Comprenderá, pues, queridos, que, en un decir Jesús, una muchedumbre de hombres a punto de perder el avión ensucia el escaparate con sus bocadillos. Mientras, la dependienta, que no les quita el ojo de encima, halaga a una dama de atributos considerables y, para asegurarse la venta, le venta la garra-gara. “Es que estas piezas complacen a mi Joan”, se disculpa la dama. Pero, gracias a las sacudidas rebeldes, se asemeja a una butifarra. “Nada, señora Peres-Puig, que está usted muy favorecida”.
Las jóvenes, vestidas de mariposas de colores que acaban de mudar las alas con ropa de primavera, escuchan enfadadas las palabras de la vendedora para adentrarle un vestido a la pobre mujer de Joan. Y, fincándole cucharada, le cantan una canción:
“No le escuches Joana.
No le escuches, Joana.
Que eres muy guapa de cara,
pero no te quedes estos leggins
porque pareces una vaca”.
Sin más preámbulos, entre gritos de no me llamo Joana, tiran de la clienta por las perneras y axilas hasta descubrir una barriga blanda y unas varices azules. “¡No me llamo Joana!”, grita insistentemente la mujer de Joan por última vez. A continuación, se viste insultando a la dependienta, la cual, dirigiéndose a las chicas, llama a pleno pulmón: “¡Si-no-sale-de aquí-gritaré-a-la-policía!”.
Poco después, dos jóvenes entabladas en un restaurante miran curiosas la ropa que han rampinado. “Qué buena cosecha”, comentan, el mar de guapas.
Este texto salió publicado en MALVASIA DE LLETRES:

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